sábado, 28 de marzo de 2009

László Darvasi: Trápiti o la gran guerra del guisado de calabaza (y 3)

(capítulo 29 - última parte que posteo)

¡A LA ABUELA NO SE LA COME EL LOBO!

¡NI A CAPERUCITA!

Trápiti estaba sentado ante un grueso y viejo libro de cuentos y tenía una mirada tan asustada como si le quisieran arrancar un diente. Óliver lo miró distraído. Justamente trabajaba en el dibujo de un tulipán. A ver ¿cuántos pétalos tiene un tulipán?

–¿Cuál es el problema, Trápiti? –le preguntó Óliver.

–El lobo se va a comer a Caperucita y a la abuela –dijo castañeando los dientes Trápiti. Óliver se tranquilizó al instante. Suspiró y se dispuso a una detallada explicación.

–Eso sólo puede ser así Trápiti... Se los come, los devora. Y después, ya lo sabes, viene el cazador y los salva. Abre la tripa del malvado lobo y saca de allí a Caperucita y a la abuela; después llena la panza de la fiera con piedras y finalmente lo arroja al riachuelo.

Trápiti seguía temblando. Alargó el libro de cuentos a Óliver Triste y con dedos temblorosos señaló uno de los dibujos del libro. No era un dibujo fuera de lo común, Óliver lo había visto ya un centenar de veces.

Caperucita pasea sin sospechar nada por el bosque con su cesta llena a rebosar de todo tipo de manjares, pastelillos de uvas pasas, bollos, una botella de vino, salchichas y compota de manzana, mientras el lobo acecha tras una mata de frambuesa, pero con un rostro de aspecto no muy agresivo, más bien extraño, desolado. En el cruce de caminos del bosque se puede ver también la casita de madera del cazador, en la que pone:

CASA DEL CAZADOR

¡Anda!, ¡pero si de la puerta cuelga además un cartel! ¡No estaba antes allí! ¡Por todos los buñuelos rellenos de mermelada! Óliver puso los ojos como platos y se inclinó tanto que casi tocó el libro con las narices.

¡¿Qué?!

¡Ayay!

¡¿Qué hay escrito en el cartel?!

ME HE IDO DE VACACIONES, ESTARÉ DOS SEMANAS FUERA. VOY A COMPRARME UN NUEVO SOMBRERO, CALCETINES A RAYAS Y A COMER MUCHO HELADO, ME LEVANTARÉ TARDE Y DORMIRÉ MUCHO.

EL CAZADOR

Óliver lo entendió todo. Si el cazador está de vacaciones, ¡nadie salvará a Caperucita ni a la abuela! El cazador se ha ido de vacaciones porque también los cazadores las necesitan, es agotador llevar el fusil y dar de comer a los cervatillos. Óliver Triste clavó la mirada en Trápiti que se rascaba la cabeza. Pensó largo rato. Después, de pronto, gritó:

–¡Lo tengo!, ¡lo encontré!. ¡Nos vamos al cuento!

–¿Adónde? –se sorprendió Óliver. Sabía ya muchas cosas de Trápiti, pero que tuviera la capacidad de entrar en los cuentos, mira por donde, era una novedad.

–¡Salvaremos a Caperucita! –los ojos de Trápiti brillaron ardientes.

–Tengo curiosidad por saber como lo vamos a hacer –sacudió la cabeza Óliver.

Pero Trápiti lo tenía claro.

–¡Ven!, acuéstate en la cama junto a mí, cierra los ojos, Óliver.

–Aquí estoy a tu lado –dijo al poco Óliver.

–Di tres veces “trápiti” una detrás de otra –dijo Trápiti.

En cuanto se oyó “trápiti, trápiti, trápiti” aparecieron allí en el bosque del cuento. ¡Qué maravilla! Óliver miró asombrado a Trápiti que se encogió de hombros.

–Una minucia. Antigua magia trápiti –anunció. Y al instante escucharon extraños sonidos. No muy lejos estaba sentado en el tocón de un árbol el lobo y con toda seguridad podemos testimoniar que hacía gala de un comportamiento indigno de su especie.

–¡Bububuuu! –gimoteaba.

–Pues no parece excesivamente amenazador –Trápiti miró al animal tembloroso.

–¿Le duelen las muelas? –se interesó Óliver.

–¿O la tripa? –asintió Trápiti– al final del cuento, sabes, le abren, y tanta piedra no debe ser muy sano.

–¡Me aburro tanto!, ¡buaaaaaá! –vociferó el lobo.

Óliver se sacó del bolsillo un pañuelo con dibujos de flores, el lobo se secó los ojos y luego se sopló la nariz con gran estruendo.

–Muchas gracias, glup, muchas gracias, glup.

–¿Cuál es el problema, señor lobo? –preguntó Trápiti. El lobo, sorprendido alzó la mirada; no estaba acostumbrado a que le hablaran con cortesía. Si se presentaba en algún lugar la gente le gritaba, le chillaba y quería dispararle. Óliver extendió la mano.

–Mi nombre es Óliver Triste.

–Yo soy Trápiti –se inclinó Trápiti.

El lobo les dio la mano sorprendido... es decir, la pata.

–Yo soy el lobo ... el lobo malvado ... –balbució, después hizo una pausa. Estaba a punto de echarse a llorar otra vez.

–Hemos venido aquí para ayudarle –afirmó Trápiti.

–Desahóguese, señor lobo –le animó Óliver.

Finalmente el lobo se tranquilizó y se puso a explicar. A veces mostraba los dientes, pero no porque quisiera morder sino por que estaba turbado. Un lobo triste también enseña los dientes con frecuencia.

–Me aburro porque tengo que comerme a la abuela. ¡Y me aburro porque tengo que comerme a Caperucita!. No sé a quién se le ocurrió todo esto y no entiendo por qué todas las mamás y los papás desde China hasta América les cuentan a sus hijos que viene el lobo y se come a la abuela y después devora a Caperucita. ¡Oh, que horror!

El lobo miró a un lado y a otro por si le había oído alguien más. Pero el bosque estaba en silencio, sólo un pequeño mirlo cantaba para distraerse al pié de la mata de frambuesa vecina. Tras convencerse el lobo de que no había nadie más en los alrededores, dijo entre susurros.

–Os confesaré algo, ¡pst!. En este cuento la abuela no está buena en absoluto. Su carne es como chicle y sabe a vainilla. ¡Y no aguanto la vainilla! –levantó la voz y luego siguió más bajo–. Caperucita es insípida, pst, no lo entiendo. Me hacen comer a la abuela y a Caperucita y ni siquiera saben bien. Y después me abren la tripa. ¡Ay que horror! ¡ay!, ¡pobre de mi!

Empezó a sollozar de nuevo. ¡Como chorreaban sus lágrimas!

–¡Buuuu-buuuuu! ¡huaaaaaaa! ¡ayayayayay! ¡No quiero comerme a la abuela! ¡Sabe a vainilla!

Era en verdad un triste hecho. ¡Pobre lobo! ¡Que triste destino!. Cuando el hombre, perdón, el lobo debe hacer continuamente lo que no le place. Trápiti se sentó junto al lobo desesperado y le abrazó por los hombros.

–Está bien, señor lobo, no lloriquée, ya inventaremos algo.

En las cercanías se oyó una alegre voz de muchacha. Era Caperucita que se acercaba por el sendero, cantando despreocupada. El lobo se llevó las manos a la cabeza.

–¡Santo Dios!, ¡ya debería estar en casa de la abuela!

–¡Vuelve a sentarte, lobo! –dijo con decisión Trápiti–. Ahora no te comerás a la abuela.

–¡Eso no puede ser! El cuento está escrito así. Se enfadarán conmigo –los ojos del lobo se abrieron como platos–. Yo soy el malo del cuento.

–¡Pensemos algo¡ –asintió Óliver y también él se sentó junto al lobo. Permanecieron así, sentados estrechamente uno junto a otro, inclinados un poco hacia delante, con una mano apoyada en las rodillas y la barbilla sostenida en el puño, arrugando tensos la frente. Trápiti suspiró. Óliver se rascó la oreja. Y de pronto Trápiti habló.

–¡Mamá Holle! –sólo dijo eso.

Óliver se golpeó la frente.

–¡Pues claro!, ¡guisado de calabaza!

El lobo, naturalmente, no sabía de que iba la cosa.

–¿Qué me coma a otra abuela?

–Al contrario, señor lobo, alzó la voz Trápiti –y cogió al lobo por la pata.

–¡Vamos, te vienes con nosotros!.

Y con unos cuantos “trápiti, trápiti, trápiti” llevaron al lobo –que de la sorpresa era sólo capaz de balbucir– a la pequeña ciudad donde vivían y caminaron juntos por la calle del capitán Pastel. La casa de Mamá Holle era su objetivo. Óliver llamó a la puerta. Mamá Holle miró y entrechocó las manos.

–¡Óliver!, ¡Trápiti!, ¿hay algún problema?

–Mm –cortó bruscamente Óliver porque estaba confuso.

–Hemos traído al lobo –agregó serio Trápiti.

–¡Buenos días! –dijo cortésmente el lobo.

–¡Ajá! –o sea que usted es ese monstruo que devora a la abuela– grito con severidad la Mamá Holle.¡No le da vergüenza!, es usted un animal malvado.

El lobo rompió de nuevo a llorar.

–¡Buaaaaaá!, ¡Ay de mí! –irrumpieron de sus ojos lágrimas de lobo en inmensas gotas. Mamá Holle se quedó pasmada.

–Y ahora ¿por qué llora?, ¿no es usted un animal salvaje?. Y eso que aun no le he dado una buena zurra con el palo de mi fregona.

–¡Buaaaá¡ –sollozaba el lobo.

–Se trata, querida Mamá Holle de que habría que preparar un poco de guisado de calabaza –intentó Óliver serenar los ánimos.

–Habría que preparar también para el señor lobo, Mamá Holle –dijo Trápiti y tras esta inesperada afirmación se hizo el silencio. Mamá Holle miraba como si hubiera visto un pastel volando. El lobo tomó la palabra.

–Nunca he comido guisado de calabaza –dijo lloriqueando.

El ánimo de Mamá Holle se tranquilizó al instante.

–¡Entrad! –invitó a los tres amigos adentro, y ya estaba en la cocina cortando las calabazas.

–¡Hola Eugenio! –saludó Trápiti a la alfombra, el Barón Eugenio Flecos.

–¡Sed bienvenidos! –respondió el Barón Eugenio Flecos, que solía hablar de manera muy distinguida, sobre todo si ya lo habían sacudido–. ¿Y este perro de quién es? –se arrugó ante el lobo.

–¡Uff!, no soy un perro, sino un lobo –empezó a hacer pucheros nuevamente la fiera.

–Tranquilo señor Barón –acarició Trápiti los flecos de la alfombra –el señor lobo es nuestro amigo. Necesita ayuda, y nosotros le ayudaremos.

Óliver, Trápiti y el lobo tomaron asiento en la gran habitación, cuyas paredes adornaban multitud de fotografías:

UNA DELEGACIÓN AMERICANA DEVORA EL GUISADO DE CALABAZA DE MAMÁ HOLLE

DOBLE RACIÓN INMENSA DEL GUISADO DE CALABAZA DE MAMÁ HOLLE Y UN GENERAL FRANCÉS

MAMÁ HOLLE OFRECE GUISADO DE CALABAZA A UN DIRECTOR DE TEATRO MOSCOVITA

EL JEFE DE UNA TRIBU AFRICANA ABANDONA EL CANIVALISMO GRACIAS AL GUISADO DE CALABAZA DE MAMÁ HOLLE,

MAMÁ HOLLE COMIENDO DE SU PROPIO GUISADO DE CALABAZA

El guisado de calabaza estuvo preparado en seguida. Tenía tal olor apetitoso que al lobo se le hizo inmediatamente la boca agua. Se lamió voluptuosamente los bordes del hocico. También Trápiti y Óliver recibieron guisado, y se pusieron a zampar con gran entusiasmo, Mamá Holle les observaba satisfecha con la cabeza inclinada.

–Sólo lamento que mi pobre marido, el director Müller, nunca lo pudo probar –suspiró y sus gafas se nublaron.

A decir verdad, el lobo comía con la boca abierta, pero ¡qué muestren a un lobo que no coma con la boca abierta!. El lobo estaba hundiendo por segunda vez el cucharón en la cazuela cuando empezó a chillar el teléfono. Sonaba impaciente. Mamá Holle levantó el auricular con desgana. Escuchó y después esbozó un rostro de sorpresa. Se volvió hacia el lobo.

–Señor lobo, le buscan a usted.

El lobo dejó la cuchara, se lamió la boca, se levantó y cogió el auricular.

–Hola, el lobo al habla –dijo.

Se calló al instante y prestó atención.

–No por favor, yo no soy ese lobo, el de los cerditos, no no, en absoluto. Ese es mi tío. ¡Por favor! ¡No soy el chillón!. Yo soy el lobo ... ejém... el de la abuela y Caperucita. Sí, como no, claro.

El lobo se calló

–No –dijo después.

–Sí, lo ha entendido bien, estimada Madre Mayor, ahora no tengo tiempo, lo siento.

El lobo apartó de pronto el auricular de su oído de tanto que gritaban al otro lado de la línea. Tapó el auricular y explicó a los demás.

Una Madre Mayor me busca desde la Capital Mayor. Estaba contándoles ahora el cuento de Caperucita y el lobo y no encontró al lobo, o sea a mí. Está muy enfadada. En información le dijeron que estoy en casa de Mamá Holle. Me exige que vuelva inmediatamente al cuento y me zampe a la abuela.

El lobo agitó la cabeza, suspiró y habló al auricular.

–Estoy completamente saciado, lo siento, hoy es imposible.

De nuevo se apartó el auricular del oído, después añadió.

–Estimada Mamá, he dicho lo que he dicho, haga el favor de entender que he ido a casa de Mamá Holle, la abuela de fama mundial que tiene el premio al guisado de calabazas . ¿Qué?, ¿Cómo? No, no me quiero zampar para nada a la Mamá Holle, ¡lo niego!, rechazo categóricamente esa acusación. ¡Por favor! Estoy comiendo el guisado de calabaza de Mamá Holle. ¡Sí!, ¡pues sí! Es ese guisado campeón del mundo. Bien, como quiera, pues monte un escándalo. ¡Quéjese!, ¡informe! Adiós.

El lobo dejó el auricular, estaba un poco pálido, de la manera en que un lobo puede estarlo. Se rascó la coronilla.

–¡Jó, vaya madre!. Todas las semanas me cuenta una vez. Ha dicho que montará un escándalo en la Capital.

–¿Por qué no le ha dicho, seño lobo, a esa respetable madre, que lea mejor el cuento de Blancanieves y los siete enanitos? –se interesó Trápiti.

–Es que mi cuento es su favorito –suspiró el lobo. Todas las tardes se lo cuenta a sus hijos desde hace años.

–¿Tiene miedo del Gran Consejo Mayor, señor lobo? –preguntó Óliver.

–No tengo miedo en absoluto. Tengo miedo de que se acabe –dijo el lobo que estaba ya sentado a la mesa y elevó con un resoplido la cuchara del guisado de calabaza campeón del mundo de Mamá Holle.

Al día siguiente los periódicos del Gran Consejo Mayor publicaban en titulares:

¡Notición! ¡Escándalo Mayor!

¡El lobo no se comió a la abuela!

¡El lobo no se comió a Caperucita!

¡El lobo cobarde ha engañado a millones de niños amantes de los cuentos!

El Reportero Mayor de la televisión del Gran Consejo Mayor obtuvo un permiso especial para viajar al cuento y en un claro del bosque, bajo un castaño de voluminoso follaje hizo una entrevista a la abuela, que tenía la moral por los suelos y a Caperucita, que estaba ofendida a más no poder.

–Estoy decepcionada –luchaba por tragarse sus lágrimas ante el micrófono la abuela– El acuerdo no decía eso. La fiera siempre nos había comido. Y ahora ¿qué?. El lobo ha cometido un gran error, señor Reportero Mayor. ¡Mire en que estado se encuentra mi pobre nietecita!

–¡No me ha comido el lobo!, ¡buaaaaá! –Caperucita pateaba de tal forma que del arbusto de frambuesas cercano empezaron a caer las frambuesas. El Reportero Mayor puso el micrófono bajo la nariz del cazador. El micrófono parecía como una raqueta de ping-pong peluda.

–Si señor reportero, en realidad yo me fui de vacaciones –explicó el cazador. Tenía en los pies unos calcetines a rayas, en su cabeza se inclinaba un sombrero con una pluma de pato, y durante la entrevista lamía un helado de al menos seis bolas.

–Pero hubiera venido para el final del cuento y hubiera salvado a todas –explicó el cazador.

–Yo, señor reportero, conozco mi trabajo. ¡No como ese gandul de lobo! –afirmó seguro de sí mismo el cazador y lanzó un mordisco al cucurucho. Crujieron bajo sus dientes los trocitos de barquillo.

Pero al lobo no le importaba lo más mínimo la indignación que había recorrido el mundo Mayor. Nunca más volvió al cuento donde debería haberse comido a la abuela. Por eso el mundo de los cuentos tuvo que buscar un nuevo lobo. Parece que el nuevo lobo Mayor tuvo que firmar en el contrato con el Gran Consejo Mayor que nunca dejaría el cuento. Que sepáis, que ya no es el lobo verdadero el que se come a Caperucita y a la abuela.

Ese es un lobo sustituto.

El lobo verdadero se mudó a la pequeña ciudad y aprendió a preparar guisados de calabaza, es verdad que ni de cerca tan buenos como los que sabe preparar Mamá Holle. El verdadero lobo tomó el nombre de Bela Lobo, consiguió un triciclo chirriante y empezó a trabajar llevando la comida todos los días a la escuela o al club de ancianos.


(Bela Lobo, Trápiti y Óliver Triste. Dibujo de György Németh para el libro)

Darvasi László: Trápiti avagy a nagy tökfőzelékháború. Magvető kiadó. Budapest, 2002

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