Uno de mis escritores preferidos en lengua húngara es Ervin Sinkó (1898-1967), destacada personalidad de la literatura y la cultura húngara y yugoslava (croata) del siglo XX. Húngaro por su lengua, yugoslavo por haber nacido en una región multiétnica que tras la primera guerra mundial pasaría a manos de Yugoslavia y porque el autor tenía pasaporte de ese país. Sinkó fue uno de los fundadores del Partido Comunista Húngaro y colaboró con el gobierno de Béla Kun, durante la Comuna Húngara. La derrota de esta le llevó al exilio, tanto el gobierno húngaro como el yugoslavo lo consideraban un enemigo. Vivió como pudo en Viena y más tarde en París, allí conoció a Malraux, Romaind Rolland y otros destacados escritores de la época ,de quienes fue íntimo amigo (especialmente de Rolland). Luego marchó a Moscú donde vivió entre 1935 y 1937. Fruto de ese viaje es su valiosísimo testimonio de lo que vio en aquella época en el país soviético, y que dejó reflejado en su diario personal de Moscú, editado años más tarde bajo el título "Novela de una novela" (Egy regény regénye). Allí conoció a Isaak Bábel (el célebre autor de "Caballería Roja"), al poeta Mijail Koltsov, a la narradora Lidia Seifullina, e incluso al mismo Gorki. Más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, participó en el movimiento partisano y después trabajó en el ministerio de bienestar público en la Yugoslavia de Tito. Fue miembro de la Asociación de Escritores Croatas y fundador de la Facultad de Filología Húngara de la Universidad de Novi Sad (Serbia).
La obra y la experiencia vital de Sinkó son un ejemplo típico del destino de un intelectual de Europa Central. Emigración continua por sus ideas políticas, la dificultad para poder publicar en su idioma original (las editoriales húngaras le estaban vedadas), la inseguridad continua, la pobreza absoluta. Luego en Moscú el contraste de sus ideas con la realidad, el comienzo de los procesos de Moscú que el autor vivió, las dificultades de la vida soviética de anteguerras. Todo ello merece una entrada aparte, por eso no me entretengo ahora con detalles. De especial interés me parece cómo refleja en sus obras el mundo de los exiliados húngaros, sobre todo en Moscú, donde dentro de lo que cabe existía una posibilidad para editar en húngaro (también había radio húngara), junto con tantos otros exiliados del régimen de Horthy, como Béla Kun, Antal Hidas, y otros, muchos de los cuales desaparecieron más tarde en las purgas. Pero de ello se hablará en otra entrada. Su obra más importante, además de su diario de Moscú, ya mencionado, es la inmensa novela "Optimistas" (Optimisták), de la que también se hablará en otra entrada, en la que describe la vida de la Comuna Húngara de 1919 .
Sinkó estuvo vinculado a la revista Nyugat (Occidente), fundamental para la literatura húngara del siglo XX. Ojeando el archivo de la revista encontré un interesante artículo suyo sobre el escritor soviético Fiodor Gladkov y su novela "Cemento", uno de los principales representantes de la literatura del realismo socialista. El artículo es de 1928 (se publicó en el número 1 de la revista de la temporada de 1928), por lo cual el autor no conocía todavía el ruso ni había tenido su experiencia en la URSS. Pero el artículo me ha parecido muy interesante.
El hombre consigo mismo, herido y en un mundo ajeno, en su soledad indisoluble: ese ha sido el problema dominante de la novela europea desde Dostoyevski. Sin embargo, ahora parece como si estuviera a punto de nacer algo nuevo, en vano intentado hasta ahora: el épos humano del mundo en el siglo XX. Después del dilema de la novela psicológica y de la naturalista, el épos fundamental, al que podemos llamar, aunque no sea lo adecuado, con una palabra forzada: épos colectivo, épos del pueblo. Aún no existe, pero parece que está surgiendo, y precisamente en la Rusia de hoy. No se trata de la creación de un poeta, sino del pueblo, del que surgen poetas populares para expresar su historia, su realidad. Este épos en preparación nos llega a Europa en traducciones, en libros en forma de panfleto, que por un lado aparecen en el mercado con objetivos propagandísticos, pero año a año, este tipo de libros está multiplicándose, y cada vez es más evidente que más allá de los fines de lucha política, son las piezas de un todo, de un gran épos que está en preparación. El escenario de las nuevas novelas rusas es la Rusia de hoy, un trozo de tierra de esa Rusia en la que se sucedieron los horrores de una carnicería entre las grandes naciones. La nueva novela rusa que ha llegado desde las tierras de la Revolución a Europa, trata en su totalidad de este único hecho, de esa única realidad que llena de vergüenza la imaginación: del poder vuelto fatalidad, sino, de la guerra civil. Teniendo en cuenta las ya conocidas, hay entre ellas cierta homogeneidad y monotonía. En todas corre brutal la sangre, en todas hay matanzas, suerte cambiante, crueldad entre blancos y rojos. Pero esta uniformidad es la misma que se refleja en las descripciones de las batallas de la Iliada. Entre estas nuevas novelas rusas, quizás la más pobre es "Gólgota", de Pavel Dorojov. El escenario es Siberia, corren por sus páginas legionarios checos, obreros ferroviarios, campesinos, soldados rojos, aldeas, ciudades, y el escritor desaparece tras lo descrito, como si fuera un cronista. Uno olvida que está leyendo literatura, arte, ya que le inunda la sensación de que lo que ve es solo realidad y nunca podrá ser parido por la fantasía humana. La fuerza y generalidad de los acontecimientos reduce al mínimo las posibilidades individuales. Y además, también una circunstancia externa impone una frontera a la fantasía, a saber, que esos libros le hablan del presente al hombre contemporáneo que vive el presente, hablan de nosotros mismos. El objeto del épos es aquí el propio público lector; escritor y público se funden en uno de manera singular. En las historias predomina la simplicidad, ningún refinamiento artístico: el escritor sabe que son interesantes por sí mismas. Aquí tenemos otra pieza de este épos en creación, "El Tren Blindado 14-69" de Vsiévolod Ivánov. La multitud rusa campesina en Siberia. Los soldados de todas las nacionalidades que cruzan la región incendian sus aldeas. La población de aldeas enteras se refugia en las montañas, una fantástica migración de pueblos en su propio terruño. Entre montañas ardientes, a sus espaldas sus mujeres, ancianos, niños, mientras ellos siguen la lucha guerrillera contra los cosacos, los polacos y todo tipo de unidades blancas. Esa es toda la historia. Lucha de campesinos en harapos y mal armados, su lucha con odio animal y dedicación sobrehumana contra un tren blindado. El tren blindado vuela sobre los rieles imparable, inalcanzable, y reparte muerte y fuego, como un monstruo mítico de las pesadillas del alma del hombre primitivo. Y tiene lugar la leyenda: de entre los campesinos, alguien se tumba en las vías, el tren debe detenerse si atropella a alguien. Y si el tren se detiene, se puede tomar por asalto, aunque sea con las manos desnudas ...
Y he aquí la tercera, quizás la más conocida. Su título es "Semana", de Yuri Liebedinski. Revolución en una pequeña ciudad, después de la revolución la contrarrevolución, después de nuevo la revolución. Todo sucede en apenas una semana; hubo multitud de pequeñas ciudades así en Rusia. Los rojos fusilan a los blancos, los blancos torturan hasta la muerte a los rojos, y viceversa, porque da igual quien gane, uno mata, porque si no lo hace, lo matan a él. ¿neutralidad? ¿alejamiento contemplativo? La novela de Veresáiev, cuyo representativo título es "El callejón", trata de esa cuestión. De la cuestión de que en un mundo cuya ley es verter la sangre, qué sucede con el hombre que dice: yo no. Un joven que ama a Platón y las tragedias antiguas, se ve de pronto en el ejército contrarrevolucionario y con las maños llenas de sangre. No quería - pero no fue la voluntad del alma, la fuerza de la historia es demoníaca, el poder de la historia en proceso es el poder. O la otra figura de la novela, llamada Katia, chica joven, bondadosa y tierna, no quiere darse cuenta de que el hombre, el hijo de dios, es solo una mera abstracción y que solo hay rojos y blancos y en realidad, el alma pura, evangelical se ve inmersa en los torrentes de sangre, y de pronto su mano, su propia mano estrangula a un hombre, se vuelve una asesina. Las damas desclasadas, hambrientas, que sobreviven con pequeños robos...
(Retrato de Vikenti Veresáiev, por Serguei Maliutin. Fuente: wikipedia) Y ahora se acaba de publicar en alemán una nueva novela rusa, "Cemento", de Fiodor Gladkov, que ya - en nuestros días la historia avanza con una velocidad increíble - es el reflejo literario de otro mundo, un mundo que empieza a cristalizar del caos. De la Rusia del comunismo de guerra - del bolchevismo romántico-heróico- se llega a la vida rusa del nuevo mecanismo económico, sensata, llena de compromisos y diplomática. La novela "Cemento" es una mezcla única, extraña, de historiografía y de epopeya heróico-romántica. Lo que es evidente desde el punto de vista artístico: en estilo y en forma es heredera del naturalismo de Zola. Pero en cuanto a su espíritu, en su contenido completo, es algo completamente diferente. La novela comienza cuando se cierra la época descrita por Dorojov, Veresáiev, Liebedenski e Ivanov en sus novelas: Glieb, el soldado rojo, después de tres años de combates sangrientos, regresa a casa. Los generales blancos ya no son una amenaza, aún hay algunos combates insignificantes, pero propiamente ahora comienza una nueva tarea: construir, vivir, crear la utopía. Junto a Glieb en la novela hay otro protagonista, Dasha. Tres años antes, cuando Glieb marchó como soldado rojo, Glieb y Dasha eran marido y mujer. Una pareja joven, tenían su nido íntimo, del que salir, significaba salir de su propia vida, hacia lo ajeno y uno se apresuraba a volver a su mundo propio privado, a casa, alrededor de la cual en vano discurren y alborotan las otras vidas. El matrimonio de Glieb y Dasha es el tema fundamental de la novela. Un tema muy antiguo. El marido en la guerra, la mujer en casa, Dasha incluso tiene una niña pequeña - para que el cliché sea completo. En las novelas antiguas este tema se centraba en la fidelidad, en el deseo y en la maternidad. El matrimonio de Glieb y Dasha, "Cemento" lo toma desde otro punto de vista completamente diferente. El escritor de "Cemento" no malgasta una sola palabra en aclarar la razón de que Glieb se fuera de soldado rojo en su día. Glieb es importante por sí mismo e importante para el escritor solo cuando representa al obrero ruso que vuelve del frente como los demás, a casa, de la revolución armada a la vida constructora. Con eso comienza la novela. Glieb, dejando atrás tres años de batallas infernales regresa a su antigua ciudad, a la ciudad donde vivió desde su infancia y trabajó como obrero. Su corazón estalla de la alegría ante Dasha, que se separó, entre lágrimas, de su joven marido con una niña de un par de meses. En el duro lenguaje de la política: Glieb es revolucionario en el mundo, pero por lo que se refiere a la familia, a su familia, sigue siendo pequeño-burgués. Se imagina que el pequeño, minúsculo lugar, su familia, su nido, queda fuera del círculo de la revolución y si el guerrero convertido se dirige hacia ella, fuera todo lo que en esos tiempos es horrible y destructor se paraliza. Pero la revolución no dejó de lado a su familia, tampoco a Dasha, a su Dasha, la revolución lo hizo todo suyo y Glieb se encuentra ante otra Dasha, con el alma cambiada, en la persona de Dasha la revolución está frente a él como una nueva tarea. Igual que a él lo mando al frente, también a Dasha la revolución la envió al mundo de luchas, peligros, sufrimientos y objetivos entrelazados en lo ineludible, su hija, junto con los demás niños acabó en alguna institución y la mujer, que vive como un hombre fuera, en la vida, en la historia, en la sociedad viva, la mujer ya no es ama de casa, esposa y la antigua y cómoda vivienda, es solo un dormitorio descuidado, sucio. Los muebles que había dentro, fueron usaron para la calefacción durante la época de la "crisis de la madera". En lugar de palabras enamoradas, felices y animosas, la esposa recibe al marido anunciándole los problemas de los comités, las secciones, los asuntos del partido, la corrupción. Dasha se da cuenta de la sorpresa, la desilusión y la incomprensión del hombre, pero remarca y le hace sentir - se lo hace sentir duramente hasta con la falta más absoluta de gusto - que los tres años la han transformado, como a todo lo demás. Glieb no puede saber que su mujer, a quien sentía en la lejanía como su media naranja enamorada, se ha vuelto, entre el abrazo de oficiales violentos, y soldados rojos hambrientos, tristes, a la búsqueda de refugio, una persona severa, valiente, dura, que se traga las palabras que brotan del corazón. Tiene una importancia simbólica que Glieb, en lugar de disfrutar de su casa, en su antigua vivienda, justo después de su llegada, tiene que salir a la calle con Dasha, para estar rodeado de gente. Más allá de las cuatro paredes de la vivienda, afuera, en el mundo, en la comunidad humana circula, se embrolla la vida fundamental del hombre, y la casa separada, individual ha desaparecido. La tierra tuvo su Hinterland, pero la revolución no lo tuvo. Todo "momentum" de vida se ha vuelto más directo, mas interconectado, entre lo privado y la vida pública, entre el comportamiento individual y la vida de un gran pueblo de doscientos millones de habitantes. La gente no mira los problemas mundanos desde la ventana, desde la distancia, sino que los vive en su propia piel, de manera personal. Y hay ejemplos de eso: Don Quijote, el Souvarine de Zola, o los nihilistas de Turguéniev transforman los problemas del mundo en los problemas candentes de su vida personal. Pero en estos casos se trata del acto de voluntad de un espíritu y una mentalidad propia, mientras que en el mundo de "Cemento" no sucede así, a saber, que el todo, los problemas de otros, se convierten en mis problemas. Aquí, involuntariamente, lo quiera o no el individuo, los problemas del mundo se abalanzan sobre él, lo asfixian; el desinterés respecto a ellos sencillamente no es posible porque la vorágine que acaba con la morada del vecino, acaba también con la del vecino del vecino, y si en la fábrica no se inicia el trabajo, entonces todos los obreros morirán de hambre y el "yo" es solo uno entre los demás obreros. A Glieb lo atormentan los pensamientos, el dolor por su propio hogar derrumbado lo corroe, pero no puede comenzar la reconstrucción de su propia vida hundida, destrozada, sino que debe empezar por la vida de todos, en común, y la representación de ese espacio común es la montaña en cuyas entrañas se oxidan las máquinas porque la revolución paralizó la producción. En este sentido, "Cemento", como en general en la nueva novela rusa, no es el individuo el protagonista, sino la totalidad. El individuo es solo un atributo de esta realidad substancial. Lo general no ha dejado nada, pueda subsistir sin ninguna conexión con él. El alma individual solo importa como representante de la comunidad - de la voluntad colectiva institucionalizada por el partido - fuera de eso, está fuera de la realidad rusa, se convierte en una abstracción sin existencia. La vida individual, la vida interior y erótica del individuo es intrincada, de manera anárquica, sufriente, insaciable, en el mundo de "Cemento", la gente siente y sabe y sufre todo esto, pero parte de que ante todo está la comunidad y después, si se construye la iglesia de la comunidad, entonces llega el momento del refugio del hombre común. Los personajes de "Cemento" son seres que viven, sin ninguna excepción individual, como víctimas infelices, caóticas, heróicas; así la relación de Glieb y Dasha sigue siendo lamentable, para nada sublime, común, sucia, indisoluble; ni siquiera esperan solución en sus propias vidas; pero enmudecen su infelicidad individual en una voluntad colectiva única, creadora; en el sentido literal de la palabra son suicidas. La concepción del valor individual que solo se reconoce como la función de la colectividad, es heróica, pero a la vez desmoralizadora. Frente a las otras nuevas novelas rusas, una de las principales singularidades de "Cemento" es que permite percibir todo esto con incomparable intensidad - ya sea con intención o sin ella. Todos viven por el todo y todos dejan que la mala hierba cubra su propia vida, y de tal manera toda su vida será víctima de una abstracción demoníaca.
(Sello soviético conmemorativo del 80 aniversario del nacimiento de Fiodor Gladkov, 1963. Fuente: wikipedia)
Es indudable: en el mundo de "Cemento" vive una voluntad colectiva, lo que es más, también un alma colectiva, pero de manera paradójica, los individuos que mantienen y crean esta colectividad, quedan en algún lugar, aunque sea en su interior, solitarios y huérfanos. El alma colectiva se nos presenta aquí como una nueva forma de "Verdinglichung", pero en "Cemento" - y es uno de sus valores fundamentales - esta es una nueva tensión, como un problema que exige solución, se vuelve claro de manera comprensible y no lo empalidece su final retórico, el gran desfile de masas que festeja a Glieb, por haber puesto en marcha la fábrica. Este festejo seguro le causa placer a Glieb, pero no puede hacer desaparecer los dolores de su propia vida personal. La comunidad ya vive y avanza por el camino de la victoria, pero apenas se perciben aún los más tenues perfiles de la nueva forma de vida del individuo.
"Cemento" es un libro extraordinariamente rico, emotivo, sincero y educativo. También son educativos sus errores, como por ejemplo que las descripciones de la naturaleza, que aparte, por si mísmas, son destacables, se vuelven confusas dentro de los marcos del nuevo espíritu. Esta es solo la señal de que nos encontramos ante una nueva época, ante un espíritu completamente nuevo y original, que debe aún conseguir una nueva observación adecuada de la naturaleza.
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De entre la novelas mencionadas por el autor, varias se pueden encontrar en castellano (especialmente la de Gladkov), una de ellas incluso se puede conseguir gratis en internet (me suena que la de Gladkov también, cuando la encuentre pongo el enlace):
" de Vsiévolod Ivánov (en español).