sábado, 28 de marzo de 2009
Viejos tranvías de Budapest (1)
László Darvasi: Trápiti o la gran guerra del guisado de calabaza (y 3)
¡NI A CAPERUCITA!
Trápiti estaba sentado ante un grueso y viejo libro de cuentos y tenía una mirada tan asustada como si le quisieran arrancar un diente. Óliver lo miró distraído. Justamente trabajaba en el dibujo de un tulipán. A ver ¿cuántos pétalos tiene un tulipán?
–¿Cuál es el problema, Trápiti? –le preguntó Óliver.
–El lobo se va a comer a Caperucita y a la abuela –dijo castañeando los dientes Trápiti. Óliver se tranquilizó al instante. Suspiró y se dispuso a una detallada explicación.
–Eso sólo puede ser así Trápiti... Se los come, los devora. Y después, ya lo sabes, viene el cazador y los salva. Abre la tripa del malvado lobo y saca de allí a Caperucita y a la abuela; después llena la panza de la fiera con piedras y finalmente lo arroja al riachuelo.
Trápiti seguía temblando. Alargó el libro de cuentos a Óliver Triste y con dedos temblorosos señaló uno de los dibujos del libro. No era un dibujo fuera de lo común, Óliver lo había visto ya un centenar de veces.
Caperucita pasea sin sospechar nada por el bosque con su cesta llena a rebosar de todo tipo de manjares, pastelillos de uvas pasas, bollos, una botella de vino, salchichas y compota de manzana, mientras el lobo acecha tras una mata de frambuesa, pero con un rostro de aspecto no muy agresivo, más bien extraño, desolado. En el cruce de caminos del bosque se puede ver también la casita de madera del cazador, en la que pone:
CASA DEL CAZADOR
¡Anda!, ¡pero si de la puerta cuelga además un cartel! ¡No estaba antes allí! ¡Por todos los buñuelos rellenos de mermelada! Óliver puso los ojos como platos y se inclinó tanto que casi tocó el libro con las narices.
¡¿Qué?!
¡Ayay!
¡¿Qué hay escrito en el cartel?!
ME HE IDO DE VACACIONES, ESTARÉ DOS SEMANAS FUERA. VOY A COMPRARME UN NUEVO SOMBRERO, CALCETINES A RAYAS Y A COMER MUCHO HELADO, ME LEVANTARÉ TARDE Y DORMIRÉ MUCHO.
EL CAZADOR
Óliver lo entendió todo. Si el cazador está de vacaciones, ¡nadie salvará a Caperucita ni a la abuela! El cazador se ha ido de vacaciones porque también los cazadores las necesitan, es agotador llevar el fusil y dar de comer a los cervatillos. Óliver Triste clavó la mirada en Trápiti que se rascaba la cabeza. Pensó largo rato. Después, de pronto, gritó:
–¡Lo tengo!, ¡lo encontré!. ¡Nos vamos al cuento!
–¿Adónde? –se sorprendió Óliver. Sabía ya muchas cosas de Trápiti, pero que tuviera la capacidad de entrar en los cuentos, mira por donde, era una novedad.
–¡Salvaremos a Caperucita! –los ojos de Trápiti brillaron ardientes.
–Tengo curiosidad por saber como lo vamos a hacer –sacudió la cabeza Óliver.
Pero Trápiti lo tenía claro.
–¡Ven!, acuéstate en la cama junto a mí, cierra los ojos, Óliver.
–Aquí estoy a tu lado –dijo al poco Óliver.
–Di tres veces “trápiti” una detrás de otra –dijo Trápiti.
En cuanto se oyó “trápiti, trápiti, trápiti” aparecieron allí en el bosque del cuento. ¡Qué maravilla! Óliver miró asombrado a Trápiti que se encogió de hombros.
–Una minucia. Antigua magia trápiti –anunció. Y al instante escucharon extraños sonidos. No muy lejos estaba sentado en el tocón de un árbol el lobo y con toda seguridad podemos testimoniar que hacía gala de un comportamiento indigno de su especie.
–¡Bububuuu! –gimoteaba.
–Pues no parece excesivamente amenazador –Trápiti miró al animal tembloroso.
–¿Le duelen las muelas? –se interesó Óliver.
–¿O la tripa? –asintió Trápiti– al final del cuento, sabes, le abren, y tanta piedra no debe ser muy sano.
–¡Me aburro tanto!, ¡buaaaaaá! –vociferó el lobo.
Óliver se sacó del bolsillo un pañuelo con dibujos de flores, el lobo se secó los ojos y luego se sopló la nariz con gran estruendo.
–Muchas gracias, glup, muchas gracias, glup.
–¿Cuál es el problema, señor lobo? –preguntó Trápiti. El lobo, sorprendido alzó la mirada; no estaba acostumbrado a que le hablaran con cortesía. Si se presentaba en algún lugar la gente le gritaba, le chillaba y quería dispararle. Óliver extendió la mano.
–Mi nombre es Óliver Triste.
–Yo soy Trápiti –se inclinó Trápiti.
El lobo les dio la mano sorprendido... es decir, la pata.
–Yo soy el lobo ... el lobo malvado ... –balbució, después hizo una pausa. Estaba a punto de echarse a llorar otra vez.
–Hemos venido aquí para ayudarle –afirmó Trápiti.
–Desahóguese, señor lobo –le animó Óliver.
Finalmente el lobo se tranquilizó y se puso a explicar. A veces mostraba los dientes, pero no porque quisiera morder sino por que estaba turbado. Un lobo triste también enseña los dientes con frecuencia.
–Me aburro porque tengo que comerme a la abuela. ¡Y me aburro porque tengo que comerme a Caperucita!. No sé a quién se le ocurrió todo esto y no entiendo por qué todas las mamás y los papás desde China hasta América les cuentan a sus hijos que viene el lobo y se come a la abuela y después devora a Caperucita. ¡Oh, que horror!
El lobo miró a un lado y a otro por si le había oído alguien más. Pero el bosque estaba en silencio, sólo un pequeño mirlo cantaba para distraerse al pié de la mata de frambuesa vecina. Tras convencerse el lobo de que no había nadie más en los alrededores, dijo entre susurros.
–Os confesaré algo, ¡pst!. En este cuento la abuela no está buena en absoluto. Su carne es como chicle y sabe a vainilla. ¡Y no aguanto la vainilla! –levantó la voz y luego siguió más bajo–. Caperucita es insípida, pst, no lo entiendo. Me hacen comer a la abuela y a Caperucita y ni siquiera saben bien. Y después me abren la tripa. ¡Ay que horror! ¡ay!, ¡pobre de mi!
Empezó a sollozar de nuevo. ¡Como chorreaban sus lágrimas!
–¡Buuuu-buuuuu! ¡huaaaaaaa! ¡ayayayayay! ¡No quiero comerme a la abuela! ¡Sabe a vainilla!
Era en verdad un triste hecho. ¡Pobre lobo! ¡Que triste destino!. Cuando el hombre, perdón, el lobo debe hacer continuamente lo que no le place. Trápiti se sentó junto al lobo desesperado y le abrazó por los hombros.
–Está bien, señor lobo, no lloriquée, ya inventaremos algo.
En las cercanías se oyó una alegre voz de muchacha. Era Caperucita que se acercaba por el sendero, cantando despreocupada. El lobo se llevó las manos a la cabeza.
–¡Santo Dios!, ¡ya debería estar en casa de la abuela!
–¡Vuelve a sentarte, lobo! –dijo con decisión Trápiti–. Ahora no te comerás a la abuela.
–¡Eso no puede ser! El cuento está escrito así. Se enfadarán conmigo –los ojos del lobo se abrieron como platos–. Yo soy el malo del cuento.
–¡Pensemos algo¡ –asintió Óliver y también él se sentó junto al lobo. Permanecieron así, sentados estrechamente uno junto a otro, inclinados un poco hacia delante, con una mano apoyada en las rodillas y la barbilla sostenida en el puño, arrugando tensos la frente. Trápiti suspiró. Óliver se rascó la oreja. Y de pronto Trápiti habló.
–¡Mamá Holle! –sólo dijo eso.
Óliver se golpeó la frente.
–¡Pues claro!, ¡guisado de calabaza!
El lobo, naturalmente, no sabía de que iba la cosa.
–¿Qué me coma a otra abuela?
–Al contrario, señor lobo, alzó la voz Trápiti –y cogió al lobo por la pata.
–¡Vamos, te vienes con nosotros!.
Y con unos cuantos “trápiti, trápiti, trápiti” llevaron al lobo –que de la sorpresa era sólo capaz de balbucir– a la pequeña ciudad donde vivían y caminaron juntos por la calle del capitán Pastel. La casa de Mamá Holle era su objetivo. Óliver llamó a la puerta. Mamá Holle miró y entrechocó las manos.
–¡Óliver!, ¡Trápiti!, ¿hay algún problema?
–Mm –cortó bruscamente Óliver porque estaba confuso.
–Hemos traído al lobo –agregó serio Trápiti.
–¡Buenos días! –dijo cortésmente el lobo.
–¡Ajá! –o sea que usted es ese monstruo que devora a la abuela– grito con severidad la Mamá Holle.¡No le da vergüenza!, es usted un animal malvado.
El lobo rompió de nuevo a llorar.
–¡Buaaaaaá!, ¡Ay de mí! –irrumpieron de sus ojos lágrimas de lobo en inmensas gotas. Mamá Holle se quedó pasmada.
–Y ahora ¿por qué llora?, ¿no es usted un animal salvaje?. Y eso que aun no le he dado una buena zurra con el palo de mi fregona.
–¡Buaaaá¡ –sollozaba el lobo.
–Se trata, querida Mamá Holle de que habría que preparar un poco de guisado de calabaza –intentó Óliver serenar los ánimos.
–Habría que preparar también para el señor lobo, Mamá Holle –dijo Trápiti y tras esta inesperada afirmación se hizo el silencio. Mamá Holle miraba como si hubiera visto un pastel volando. El lobo tomó la palabra.
–Nunca he comido guisado de calabaza –dijo lloriqueando.
El ánimo de Mamá Holle se tranquilizó al instante.
–¡Entrad! –invitó a los tres amigos adentro, y ya estaba en la cocina cortando las calabazas.
–¡Hola Eugenio! –saludó Trápiti a la alfombra, el Barón Eugenio Flecos.
–¡Sed bienvenidos! –respondió el Barón Eugenio Flecos, que solía hablar de manera muy distinguida, sobre todo si ya lo habían sacudido–. ¿Y este perro de quién es? –se arrugó ante el lobo.
–¡Uff!, no soy un perro, sino un lobo –empezó a hacer pucheros nuevamente la fiera.
–Tranquilo señor Barón –acarició Trápiti los flecos de la alfombra –el señor lobo es nuestro amigo. Necesita ayuda, y nosotros le ayudaremos.
Óliver, Trápiti y el lobo tomaron asiento en la gran habitación, cuyas paredes adornaban multitud de fotografías:
UNA DELEGACIÓN AMERICANA DEVORA EL GUISADO DE CALABAZA DE MAMÁ HOLLE
DOBLE RACIÓN INMENSA DEL GUISADO DE CALABAZA DE MAMÁ HOLLE Y UN GENERAL FRANCÉS
MAMÁ HOLLE OFRECE GUISADO DE CALABAZA A UN DIRECTOR DE TEATRO MOSCOVITA
EL JEFE DE UNA TRIBU AFRICANA ABANDONA EL CANIVALISMO GRACIAS AL GUISADO DE CALABAZA DE MAMÁ HOLLE,
MAMÁ HOLLE COMIENDO DE SU PROPIO GUISADO DE CALABAZA
El guisado de calabaza estuvo preparado en seguida. Tenía tal olor apetitoso que al lobo se le hizo inmediatamente la boca agua. Se lamió voluptuosamente los bordes del hocico. También Trápiti y Óliver recibieron guisado, y se pusieron a zampar con gran entusiasmo, Mamá Holle les observaba satisfecha con la cabeza inclinada.
–Sólo lamento que mi pobre marido, el director Müller, nunca lo pudo probar –suspiró y sus gafas se nublaron.
A decir verdad, el lobo comía con la boca abierta, pero ¡qué muestren a un lobo que no coma con la boca abierta!. El lobo estaba hundiendo por segunda vez el cucharón en la cazuela cuando empezó a chillar el teléfono. Sonaba impaciente. Mamá Holle levantó el auricular con desgana. Escuchó y después esbozó un rostro de sorpresa. Se volvió hacia el lobo.
–Señor lobo, le buscan a usted.
El lobo dejó la cuchara, se lamió la boca, se levantó y cogió el auricular.
–Hola, el lobo al habla –dijo.
Se calló al instante y prestó atención.
–No por favor, yo no soy ese lobo, el de los cerditos, no no, en absoluto. Ese es mi tío. ¡Por favor! ¡No soy el chillón!. Yo soy el lobo ... ejém... el de la abuela y Caperucita. Sí, como no, claro.
El lobo se calló
–No –dijo después.
–Sí, lo ha entendido bien, estimada Madre Mayor, ahora no tengo tiempo, lo siento.
El lobo apartó de pronto el auricular de su oído de tanto que gritaban al otro lado de la línea. Tapó el auricular y explicó a los demás.
Una Madre Mayor me busca desde la Capital Mayor. Estaba contándoles ahora el cuento de Caperucita y el lobo y no encontró al lobo, o sea a mí. Está muy enfadada. En información le dijeron que estoy en casa de Mamá Holle. Me exige que vuelva inmediatamente al cuento y me zampe a la abuela.
El lobo agitó la cabeza, suspiró y habló al auricular.
–Estoy completamente saciado, lo siento, hoy es imposible.
De nuevo se apartó el auricular del oído, después añadió.
–Estimada Mamá, he dicho lo que he dicho, haga el favor de entender que he ido a casa de Mamá Holle, la abuela de fama mundial que tiene el premio al guisado de calabazas . ¿Qué?, ¿Cómo? No, no me quiero zampar para nada a la Mamá Holle, ¡lo niego!, rechazo categóricamente esa acusación. ¡Por favor! Estoy comiendo el guisado de calabaza de Mamá Holle. ¡Sí!, ¡pues sí! Es ese guisado campeón del mundo. Bien, como quiera, pues monte un escándalo. ¡Quéjese!, ¡informe! Adiós.
El lobo dejó el auricular, estaba un poco pálido, de la manera en que un lobo puede estarlo. Se rascó la coronilla.
–¡Jó, vaya madre!. Todas las semanas me cuenta una vez. Ha dicho que montará un escándalo en la Capital.
–¿Por qué no le ha dicho, seño lobo, a esa respetable madre, que lea mejor el cuento de Blancanieves y los siete enanitos? –se interesó Trápiti.
–Es que mi cuento es su favorito –suspiró el lobo. –Todas las tardes se lo cuenta a sus hijos desde hace años.
–¿Tiene miedo del Gran Consejo Mayor, señor lobo? –preguntó Óliver.
–No tengo miedo en absoluto. Tengo miedo de que se acabe –dijo el lobo que estaba ya sentado a la mesa y elevó con un resoplido la cuchara del guisado de calabaza campeón del mundo de Mamá Holle.
Al día siguiente los periódicos del Gran Consejo Mayor publicaban en titulares:
¡Notición! ¡Escándalo Mayor!
¡El lobo no se comió a la abuela!
¡El lobo no se comió a Caperucita!
¡El lobo cobarde ha engañado a millones de niños amantes de los cuentos!
El Reportero Mayor de la televisión del Gran Consejo Mayor obtuvo un permiso especial para viajar al cuento y en un claro del bosque, bajo un castaño de voluminoso follaje hizo una entrevista a la abuela, que tenía la moral por los suelos y a Caperucita, que estaba ofendida a más no poder.
–Estoy decepcionada –luchaba por tragarse sus lágrimas ante el micrófono la abuela– El acuerdo no decía eso. La fiera siempre nos había comido. Y ahora ¿qué?. El lobo ha cometido un gran error, señor Reportero Mayor. ¡Mire en que estado se encuentra mi pobre nietecita!
–¡No me ha comido el lobo!, ¡buaaaaá! –Caperucita pateaba de tal forma que del arbusto de frambuesas cercano empezaron a caer las frambuesas. El Reportero Mayor puso el micrófono bajo la nariz del cazador. El micrófono parecía como una raqueta de ping-pong peluda.
–Si señor reportero, en realidad yo me fui de vacaciones –explicó el cazador. Tenía en los pies unos calcetines a rayas, en su cabeza se inclinaba un sombrero con una pluma de pato, y durante la entrevista lamía un helado de al menos seis bolas.
–Pero hubiera venido para el final del cuento y hubiera salvado a todas –explicó el cazador.
–Yo, señor reportero, conozco mi trabajo. ¡No como ese gandul de lobo! –afirmó seguro de sí mismo el cazador y lanzó un mordisco al cucurucho. Crujieron bajo sus dientes los trocitos de barquillo.
Pero al lobo no le importaba lo más mínimo la indignación que había recorrido el mundo Mayor. Nunca más volvió al cuento donde debería haberse comido a la abuela. Por eso el mundo de los cuentos tuvo que buscar un nuevo lobo. Parece que el nuevo lobo Mayor tuvo que firmar en el contrato con el Gran Consejo Mayor que nunca dejaría el cuento. Que sepáis, que ya no es el lobo verdadero el que se come a Caperucita y a la abuela.
Ese es un lobo sustituto.
El lobo verdadero se mudó a la pequeña ciudad y aprendió a preparar guisados de calabaza, es verdad que ni de cerca tan buenos como los que sabe preparar Mamá Holle. El verdadero lobo tomó el nombre de Bela Lobo, consiguió un triciclo chirriante y empezó a trabajar llevando la comida todos los días a la escuela o al club de ancianos.
László Darvasi: Trápiti o la gran guerra del guisado de calabaza (2)
EMILIO DUCENTÉSIMO QUINCUAGÉSIMO TERCERO
El pueblo bizurr-mizurr tuvo un ilustre rey que se hizo llamar Emilio Ducentésimo Quincuagésimo Tercero el Grandioso, a pesar de que fue el primer gobernante de nombre Emilio, y, encima, gobernó un único día.
Y es que tenía el rey Emilio una cabeza diminuta. Le estaba tan holgada la corona real que cuando en lugar del gorro de dormir se la ajustó a la mollera, al instante le resbaló hasta la nariz y más o menos pudo ver lo mismo que un minero cuando se le apaga la linterna en una mina.
Eligieron rey al rey Emilio incluso antes del desayuno, lo que era de por sí un acontecimiento sorprendente, y no sin ninguna razón. Sucedió que el rey anterior se fugó por la noche con la mujer del ministro de defensa, y en la carta de despedida escribió que no volvería y que por eso dejaba el trono a su sobrino Emilio, de diminuta cabeza, pero de enorme apetito. El ministro de defensa sufrió un ataque de cólera y se lanzó a abofetear a todas las armaduras que adornaban el pasillo del palacio, después de lo cual, irrumpió frotándose la mano dolorida en los aposentos del sobrino de nombre Emilio.
–¡ No se ha fugado mi esposa! –gritó.
–¿Qué no ha pasado? –se frotó los ojos Emilio, el heredero al trono.
–Tú no eres desde hoy el rey, Emilio –gruñó el ministro de defensa y lanzó un bufido.
A Emilio no hubo que decírselo dos veces. Aún antes de limpiarse las legañas de los ojos se hizo nombrar Emilio Ducentésimo Quincuagésimo Tercero el Grandioso y se colocó devotamente la corona en la cabeza. De inmediato el mundo se oscureció ante él. El rey Emilio se dirigió trastabillando a desayunar. No veía nada. Y no desayunó, en primer lugar por que no tenía ni idea de que había para el desayuno, y por otro porque no quería zamparse el salero en lugar del huevo duro. Habría sido realmente bochornoso para un rey recién coronado. Hasta el medio día gobernó como es debido. Promulgó varias leyes de importancia, derogó un par de las antiguas, aunque no hacía más que darle vueltas continuamente a lo bien que iba a comer. Hacia el mediodía estaba ya muy hambriento. Aunque tampoco ahora se quitó la corona de la cabeza, así que siguió sin ver nada. Y por consiguiente, se quedó nuevamente sin comer. El pobre rey Emilio se perdió también la comida, a pesar de que el cocinero mayor había preparado pato asado con albahaca y almendras acompañado de una tarta de nata y chocolate y una inmensa jarra de zumo de frambuesa.
Por la tarde continuó gobernando Emilio Ducentésimo Quincuagésimo Tercero el Grandioso. Aprobó nuevas leyes y derogó algunas de las viejas. Por decirlo con delicadeza, estaba un poco decepcionado, pero aún así mantuvo la corona en su cabeza.
–¿Quién no nos está tiroteando, mi rey? –gritó horrorizado el canciller y se echó al suelo boca abajo.
–¡ No es mi tripa la que gruñe! –masculló sombrío el rey Emilio.
–No está bien que no le suenen las tripas majestad –surgió el canciller a gatas de debajo de la mesa y se sacudió la ropa; es que la mujer de la limpieza del palacio precisamente estaba de vacaciones.
–No estoy en absoluto hambriento –gritó el rey Emilio.
–La cena no estará en seguida –se inclinó el canciller.
–No me alegro en absoluto de esa noticia –asintió aliviado el rey Emilio mientras se sujetaba la corona para que no se le cayera de la cabeza.
Y realmente, poco después no llamaron a la cena, lo que naturalmente quería decir que ya estaba preparada, porque si hubieran llamado, entonces no hubiera estado aún. Emilio Ducentésimo Quincuagésimo Tercero el Grandioso se sentó lleno de amargura en la mesa opíparamente surtida, porque todo tipo de aromas exquisitos le cosquilleaban la nariz. Sin embargo la corona permaneció en su cabeza. Así que ahora tampoco pudo ver nada. Si llegara a comerse el salero haría el ridículo. Los cortesanos gandules se troncharían de la risa y él en cambio, escupiría la sal. Quizás con un poco de suerte podría atrapar un buñuelo de mermelada. Pero ¿qué garantías tiene de que mañana no será el salero sino lo que es aún peor, el tarro de la pimienta lo que se llevará a la boca?
Y si se zampa la toalla para las manos o la servilleta, brrr.
Por supuesto, no se le pasó por la cabeza que un rey puede tranquilamente desayunar o cenar sin corona. Por desgracia, a los reyes no se les ocurre todo, incluso cuando esos reyes se creen que son los más valientes e inteligentes, y que todo se les puede ocurrir. Para entonces Emilio Ducentésimo Quincuagésimo Tercero el Grandioso estaba tan hambriento que no aguantó más. Del disgusto dio un tremendo golpe en la mesa.
–¡Seré eternamente el rey de los bizurr-mizurr! –gritó, se quitó la corona de la cabeza y se la puso en la mano al canciller que lanzó un gruñido de sorpresa, e inmediatamente engulló cuatro gruesos muslos de pato, dos raciones de bolas de requesón, tres de compota de manzana, cinco pastelillos de vainilla y de un sorbo se bebió tres grandes vasos de zumo de frambuesa. Después se limpió los labios, se levantó, se inclinó cortésmente y salió a del palacio.
Así llegó a su fin el glorioso reinado de Emilio Ducentésimo Quincuagésimo Tercero el Grandioso.viernes, 27 de marzo de 2009
László Darvasi: Trápiti o la gran guerra del guisado de calabaza (1)
Además es autor de dos novelas infantiles: Trápiti o la gran guerra del guisado de calabaza (Trapiti avagy a nagy tökfőzelékháború, 2002), Trápiti y el conejo terrible (Trapiti és a borzasztó nyúl, 2004).
HISTORIA DE VILLAGUIJARROS
Antaño, cuando ni los bigotes se atusaban, ni la cola de los perros se enroscaba, es decir, hace mucho, mucho tiempo, la tierra de Villaguijarros estaba habitada por el pueblo salvaje de los bizurr-mizurr. Aunque también es posible que el pueblo de los bizurr-mizurr no fuera tan salvaje, sino todo lo contrario, dócil y manso. Lo cierto es que este pueblo honesto tenía una gran cantidad de gatos, a saber:
gatos siameses
gatos persas
gatos vagabundos
gatos con bigotes manchados de leche
gatos con bigotes manchados de mantequilla
gatos con bigotes manchados de mermelada
gatos campeones en cazar ratones
gatos perezosos
gatos pulgosos
gatos negros
gatos a rayas
gatos aficionados a arañar,
gatos inclinados a maullar,
gatos propensos a ronronear,
gatos mudos,
gatos charlatanes.
En definitiva, que los bizurr-mizurr tenían una gran cantidad de gatos.
A los enemigos los mantenían lejos de su pequeña ciudad con una ingeniosa técnica: habían enseñado a sus gatos a maullar a coro. Así, cuando se preparaba un gran ataque contra la ciudad todos llevaban a la Plaza Mayor a sus gatos; algunos bizurr-mizurr incluso llevaban dos, en una jaula o atados con una correa; uno a rayas, el otro pulgoso y los ponían tranquilamente en fila en la Plaza Mayor. Éste fue un descubrimiento colosal. Podemos afirmarlo con toda seguridad. ¡Que intente cualquiera poner en fila a varios gatos! Ningún hijo de vecino ha sido capaz de hacerlo desde entonces. Pues sí, desde los albores de la historia de la humanidad sólo los bizurr-mizurr lo han conseguido, en Villaguijarros (que entonces aún no se llama Villaguijarros). Rabia el enemigo al pie de la muralla de la ciudad, armado con cañones y catapultas; los soldados rechinan iracundos sus dientes, patalean salvajes y ponen caras como cuando le aprietan a uno las botas de la armadura recién compradas o cuando se acaban los bocadillos del rancho, y naturalmente piensan que les van a robar a los bizurr-mizurr todo su oro, la plata y los pasteles de vainilla. El capitán de la ciudad bizurr-mizurr se quita el casco, echa un vistazo desde lo alto del muro del bastión y acto seguido da una señal a los gatos para que se pongan a maullar.
¡Al momento se arma un jaleo de padre y muy señor mío!
Durante mucho tiempo está fue una medida absolutamente eficaz. Nadie se atrevía a molestar a los antepasados de los habitantes de Villaguijarros, los bizurr-mizurr. Los enemigos pensaban que mantenían tras las murallas de la ciudad animales salvajes devoradores y monstruos zampatartas.
El pueblo bizurr-mizurr poseía además otras extrañas propiedades. Sus peculiaridades eran incontables. Por ejemplo, todo lo decían al revés.
Si los niños gritaban:
–¡Mami, no me compres un nuevo juguete!
Querían decir:
–¡ Mami, cómprame un nuevo juguete!
Y si gimoteaban:
–¡Cuánto me gusta ir a la escuela!
Esto no significaba otra cosa más que por supuesto que detestaban ir a la escuela.
O si decían:
–¡Cómo me gusta el guisado de calabazas, las espinacas y los nabos!
Esta frase nuevamente sólo significaba que por desgracia, no les gustaba ni una pizca ni el guisado de calabazas, ni las espinacas, ni los nabos, aunque todo el mundo sabe que el guisado de calabazas nos hace más inteligentes, las espinacas más fuertes y los nabos, en cambio, valientes.
–¡Por favor bajen! –gritaba el revisor bizurr-mizurr.
A lo cual todos subían al tranvía.
–¡No te quiero! –gritaba la novia al novio en una boda bizurr-mizurr.
–¡Yo tampoco te querré nunca! –gritaba el novio y se fundían en un largo beso, y desde entonces ya no eran más novio y novia sino marido y mujer.
Así hablaban, así vivían estas singulares gentes de antaño.
!Y qué extraordinarios reyes tenían!.
Se busca primer ministro
Mientras, la gente ha empezado a tomarse a broma el asunto, qué remedio queda, algún candidato individual ya ha iniciado una campaña por internet (un vídeo casero es el punto de partida). Y a través de las ondas circula este sms:
Finalmente se me ocurre una última cosa: ¿y por qué no proponen los socialistas al líder de la oposición, Viktor Orbán? seguro que aceptaría el puesto.
domingo, 22 de marzo de 2009
Anuncia su dimisión el primer ministro húngaro Ferenc Gyurcsány
Por último, algo a tener en cuenta es que si ahora todo se decido en las altas esferas, puede aumentar el foso existente entre la población y su clase política. Y probablemente los beneficiados vayan a ser los grupos políticos más radicales extraparlementarios que consigan aparecer como verdaderos portavoces de la voluntad popular, frente a un parlamento completamente desprestigiado.
Elecciones presidenciales en Eslovaquia
Los resultados:
3. František Mikloško (candidatos conservador, apoyado por el KDS): 5,41 %
4. Zuzana Martináková (liberal, Foro Libre): 5,12 %
5. Milan Melník (apoyado por el otro partido del gobierno, la derecha nacionalista, más o menos moderada, del ĽD-HZDS, de Vladimír Mečiar): 2,45%
6. Dagmar Bollová (comunista, independiente): 1,16 %
7. Milan Sidor (comunista, KSS - Partido Comunista de Eslovaquia): 1,11 %
Ahora comienza el baile para la segunda vuelta, a celebrar en dos semanas. Por el momento los expertos no se ponen de acuerdo en quién tiene más opciones. Si Radičová consigue el apoyo de los otros candidatos (algo posible aunque por el momento ellos lo han negado), sus opciones para ser presidenta serían grandes. Pero otros piensan que los partidarios de Gašparovič se movilizaran para evitar la abstención. Un dato a tener en cuenta es que Gašparovič depende del apoyo del gobierno de Fico; Robert Fico (el primer ministro) es con mucho el político más popular del país. En la mediad en que éste haga abiertamente un llamamiento por el voto a Gašparovič, sus opciones aumentarán, pero si la actitud de Fico es más pasiva, la cosa cambiaría (por el momento Fico ha mostrado su apoyo).
viernes, 20 de marzo de 2009
László Réber, ilustrador
Las diez palabras más bellas
Este racimo de palabras suena así en húngaro:
- Tiszta, nap, arany, tó, hegyfok, egyedül, hullám, levél, csermely, fuvola
(puro, día, oro, lago, pico, solo, ola, hoja, arroyuelo, flauta)
(universo, señor, disemina, solo, raya, arriba, di, cuece, pasa - transcurre, brilla - fríe)
Estas dos listas son bastante instructivas y merece la pena reflexionar un poco sobre ellas. ¿Qué podemos ver?
- Láng, gyöngy, anya, ősz, szűz, kard, csók, vér, szív, sír.
(llama, perla , madre, otoño, virgen, espada, beso, sangre, corazón, llora - tumba)
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En relación con el tema, a todos los estudiantes de húngaro nos suelen preguntar en algún momento u otro cuáles son en nuestra opinión las palabras más bonitas del húngaro. Respuestas hay para todos los gustos. A un amigo árabe le encantaba la palabra játék (juego, juguete) y decía que sólo por ella merecía la pena estudiar húngaro. Una palabra que aparece mucho cuando se habla de este tema es cipőfüző (cordón de zapatos), parece que es la favorita para los extranjeros. Teniendo en cuenta lo escrito por Kosztolányi, yo elijo las siguientes:
- szivárvány, csönd, éj, víz, könny, hó, hajó, város, pillangó, csermely
(arco iris, silencio, noche, agua, lágrima, nieve, barco, ciudad, mariposa, arroyuelo)
pero claro está podría haber elegido otras muy diferentes.
jueves, 19 de marzo de 2009
Encuestas desde Hungría
La encuesta fue realizada entre el 6 y el 10 de marzo entre 1200 personas.
Fuentes: Index, HVG, Népszabadság
lunes, 16 de marzo de 2009
El Parque de las Estatuas
Algunas de las obras expuestas son excepcionales y es verdaderamente una pena que no se pueda disfrutar de ellas en las calles, aunque quizás por otro lado, es una buena idea que estén todas reunidas, se evita así que sean atacadas por extremistas como sucede en otros casos.
Una pequeña muestra de las obras expuestas:
1. Justo en la entrada se encuentra el monumento a Marx y Engels construído por György Segesdi en 1971.
3. Soldado soviético libertador (1947), de Zsigmond Kisfaludy Stróbl.
4. Monumento al movimiento obrero (1976), de István Kiss
5. Monumento a Béla Kun (1986) de Imre Varga
El monumento se refiere al líder de la República Húngara de los Consejos (también conocida como República Soviética Húngara, véase el artículo sobre ella aquí).
6. Monumento a los combatientes húngaros de las Brigadas Internacionales (1968), de Aganenmom Makrisz.
Unas 40 mil personas visitan el parque cada año. Es un sitio muy recomendable para todos los que viajen a Budapest. Por otro lado, la tienda del museo también es bastante interesante, por lo menos para los que les guste este tipo de cosas: destaca especialmente su colección de carteles de la época y también tiene música, camisetas y otros productos.
- Información práctica: el principal inconveniente del museo es que está en las afueras de Budapest (está en la esquina de la calle Szabadka y la avenida Balaton, en el distrito XXII). Hay un autobús directo desde una de las plazas centrales de Budapest (Plaza Deák), pero es la solución más cara. Si a uno no le importa viajar en trasporte público, ni hacer transbordo, lo mejor es coger el autobús 150 desde la plaza Kosztolányi, que deja en la puerta del museo. Llegar a la plaza Kosztolányi es fácil, el tranvía 49 lleva desde el centro (Plaza Deák, Astoria, Plaza Kalvin o el monte Gellért), pero también hay varias lineas de autobuses (por ejemplo el 7 y el 7E que pasan por la estación de Keleti, plaza Blaha Lujza, Astoria o la plaza Ferenciek).
En cualquier caso hay información detallada en la página del museo: www.mementopark.hu (también disponible en inglés).