Fragmento del libro: "Magyarok
szovjet hadifogságban (1941-1956). Oroszországi levéltári források
tükrében" (Húngaros en campos soviéticos de prisioneros de guerra
(1941-1956). A la luz de las fuentes de archivo rusas" de la
historiadora Éva Mária Varga. Editado en el año 2009 por la editorial
Russia Pannonicana, del Centro de Rusística de la ELTE (Universidad
Eötvös Loránd de Budapest). Por su extensión lo publico en dos partes.
CAPÍTULO VIII. VIDA CULTURAL EN LOS CAMPOS
"La
cultura nació cuando dos hombres, en un rincón del barracón, o en el
descanso del trabajo, se pusieron a hablar de algo algo diferente. ¿De
qué? No lo sé ... Debía ser interesante porque un tercero les prestó
atención, se sentó junto a ellos y se les unió. Este debió ser el
momento en el que nació la cultura y empezó a extenderse" - escribió en
su día István Örkény (escritor húngaro - N. del T.), en el campo de
prisioneros de guerra de Krasnogorsk. En el periodo inicial del
internamiento el "diálogo" entre dos hombres solo podía estar centrado
en el hambre, en la alimentación, en la ración de pan; con el paso del
tiempo se pasó a la familia, la casa, y después empezaron a charlar de
otros temas. Cierto que para eso era necesario que el hambre se calmara,
que las condiciones en los campos se volvieran más organizadas. En
palabras del propio escritor: "... según iba mejorando el abastecimiento
y el hambre en el estómago se iba reduciendo, crecía el hambre por las
letras". Tras el final de la guerra las condiciones de vida de los
prisioneros de guerra fueron mejorando y se volvió cada vez mayor la
necesidad interior de ocuparse con otras cosas, más allá del trabajo.
Estudiando las fuentes de archivo podemos afirmar con toda tranquilidad
que a pesar de las dificultades de la vida en los campos, para 1947-48, floreció una cultura de
los campos, especialmente en el marco del movimiento antifascista, como extensión
ideológica y organizativa de dicho movimiento. Sin embargo, sería erróneo sostener que este proceso surgió
exclusivamente a consecuencia de las directrices centrales soviéticas,
por influencia del trabajo de educación política; más bien se trataba de
la iniciativa espontanea por parte de los presos, aunque las condiciones
para ella, evidentemente, fueron la mejora progresiva en el sistema de
los campos y en sus condiciones de vida. Las fuentes de archivo
demuestran que la dirección soviética quería asegurar a los presos
ciertas posibilidades de enriquecimiento cultural.
"Casi
en todos los campos el trabajo cultural comenzó con el intento de
algunos de evocar de memoria las obras de teatro que habían tenido éxito
en sus países. Surgieron también intentos de entretener a los
prisioneros con obras demasiado ligeras -operetas, programas de cabaré,
anécdotas y música sin ningún gusto" - así se asegura en un informe de
finales de diciembre de 1949 del GUPVI (Comandancia Suprema para Asuntos
de Prisioneros de Guerra e Internados en los Campos), que estudiaba la
actividad cultural de los prisioneros húngaros. Este apunte crítico
atestigua el bajo nivel cultural de "las masas educadas en la literatura
de las cloacas" (expresión de István Örkény). El escritor resalta así
la incultura de sus compañeros de fatigas: "Pero qué significa ser
húngaro... entre mil húngaros hay casi mil que no lo saben. No conocen
sus propias canciones, bailes, juegos. Ni aprecian en realidad a sus
poetas y dramaturgos, a sus músicos o pintores. Y esta incultura bárbara
no se ha difundido en las masas por la conquista tártara, sino justo al
contrario: en el marco de la «superioridad cultural». Estábamos tan
orgullosos de esta majadería como un bufón de la corte al pensar en sus pantalones
bombachos o en su gorro de bufón. Ya se había tratado el tema en nuestra
patria, sentíamos, sospechábamos qué lamentables somos nosotros, los
húngaros. (...) Pero hasta qué punto somos garrulos, incultos e
ignorantes, nunca ha sido tan evidente como aquí, en los campos de
prisioneros". Esta incultura, naturalmente no era un problema de los
prisioneros de guerra, sino producto de décadas del "país de los tres
millones de mendigos", aunque esta "cualidad" se exacerbó con una
brutalidad casi natural en las condiciones de guerra.
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Prisioneros de guerra alemanes y húngaros en las cercanías de Budapest, 1944. Fuente: Múlt-kor |
Ni
que decir tiene que en 1942-43 no se abastecía regularmente los campos
de libros, no se disponía de proyectores cinematográficos, y por la
falta de base material no había instrumentos ni escenografía para el
teatro o, por ejemplo, disfraces. Sin embargo en este aspecto los documentos muestran
un gran avance. Años más tarde, mucho después de la guerra, los datos
del informe enviado el 24 de mayo de 1950 por el ministro de interior,
Kruglov, a los miembros del gobierno, hablan por sí solos: en los campos
funcionaban 985 bibliotecas con casi 500 mil ejemplares de literatura
política y artística en ruso y otras lenguas, solo entre 1947-49
trabajaban 3315 círculos de formación artística, que organizaron 179973
representaciones y 65717 proyecciones de cine para los prisioneros.
Aún
teniendo en cuenta un cierto maquillado de datos, aún así es
completamente fiable afirmar que el 40% los campos bajo control del
GUPVI disponían de biblioteca. Incluso se editaban libros de carácter
político para los prisioneros (por ejemplo "Cuestiones del leninismo" de
Stalin, "Breve biografía del camarada Stalin", "Lenin y Stalin sobre el
komsomol"), además de casi 30 mil ejemplares de diversas obras
políticas y literarias. Se organizaron bibliotecas ya en el club de
actividades antifascistas, ya en habitaciones separadas; en las
estanterías, junto a los clásicos del marxismo-leninismo había también
otras obras de carácter político, pero también literatura. Por ejemplo, además de "El fascismo, el enemigo más encarnizado de la humanidad" de
Aleksándrov, "¿Cómo se gobierna el país soviético?" de Karpinski, "El
«nuevo orden» fascista en Europa" o "Marx y Engels sobre la Prusia
reaccionaria" de Jenő Varga (autor húngaro), también se encontraban
clásicos de literatura rusa y soviética como Pushkin, Gorki, Tolstoi,
Mayakovski, Gógol, Chéjov, Turguéniev y Éhrenburg. También la literatura
alemana estaba bastante bien representada: Goethe, Schiller, Heine. En
algunos lugares los prisioneros de guerra podían incluso leer obras de
Shakespeare y Julio Verne. En los archivos del GUPVI estudiados, de
momento no hemos encontrado, desgraciadamente, datos concretos de la
literatura traducida al húngaro disponible en las bibliotecas de las
campos. Pero por un informe sobre el campo nº 260 sabemos que en ese
campo, destinado sobre todo a prisioneros alemanes, el director de la
biblioteca era un húngaro llamado Gerskovics y que este se encargaba de
una colección de 12 mil volúmenes en lengua alemana, italiana, rumana y
húngara. La biblioteca fue ampliando muy lentamente sus fondos, pero en
1948 ya se podía encontrar literatura artística (Éhrenburg: La tormenta;
Pavlenko: Felicidad; obras del alemán Bredel; etc). La Comandancia del
campo de Chkalov (en los Urales) estaba satisfecha con el trabajo del
bibliotecario húngaro del campo, ya que en el primer mes consiguió
popularizar 160 obras de carácter político. Por el mismo informe sabemos
que en dicha biblioteca no había obras literarias en húngaro. Pero hay
que tener en cuenta que para 1948 la mayoría de los prisioneros ya
hablaban y leían bastante bien en ruso.
Con
el objetivo de popularizar los clásicos rusos y la moderna literatura
soviética, en los campos se realizaban frecuentemente sesiones de
lectura, donde entre otros se leían obras como "Los campos roturados" de
Shólojov, "Yevgueni Onieguin" de Pushkin, "La madre" de Gorki, "Una
vela solitaria" de Katáiev, "La tormenta" de Éhrenburg, o "Sobre la
educación comunista" de Kalinin. También se organizaban veladas
literarias dedicadas a la obra de escritores y poetas antifascistas.
La
actividad cultural e informativa en los campos de prisioneros de
guerra, además de la educación política de los prisioneros (cuyo ethos
cultural era una tradición muy fuerte entre los bolcheviques), se
dirigió también al reforzamiento de su estado de ánimo y quizás, sobre
todo, a la disciplina en el trabajo. E incluso de tal manera que los
prisioneros que mostraban una destacada actividad cultural eran
recompensados de diversas maneras, para mostrar así ejemplo a los demás y
aumentar la moral del trabajo. La principal retribución era,
naturalmente, el ansiado regreso a casa; aunque no era frecuente, se
dieron casos.
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Prisioneros del campo 159, en Odessa, Ucrania, 1947. Fuente: Múlt-kor. |
Las
proyecciones de cine después de la guerra se volvieron sistemáticas, y
naturalmente mostraban a los prisioneros las obras de artistas soviéticos
socialistas, así como películas educativas. En general solían traducir
las obras a las diferentes lenguas de los prisioneros. Generalmente la
presentación de la película era anticipada por una pequeña introducción
explicativa. En 1949 se proyectaron 121 películas en los diferentes
campos. Algunos ejemplos de la oferta: "Lenin en Octubre",
"Lenin en 1918", "V.I. Lenin", "Glinka", "El juramento", "La novia
lejana", "La batida", "El asesino entre nosotros", "Chapáiev",
"Encuentro en el Elba", "Michurin", "El académico Pavlov", "La flor de
piedra", "La maestra rural", "La novia rica", "El desfile de la
victoria", "Tractoristas". Las palabras del prisionero húngaro István
Hajós revelan muchas cosas: "Por primera vez en mi vida vi una película
de cine siendo prisionero de guerra en la URSS. Como en Hungría vivía en
una aldea, muchos de entre nosotros ni siquiera sabíamos qué era un
cine".
Un
papel muy importante en la vida cultural de los campos lo jugaban los
diferentes círculos de formación artística; la participación en ellos
ayudaba a los prisioneros a desconectarse de las difíciles condiciones
de la vida de los campos. En casi todos los campos había una orquesta,
un coro, o un grupo de canto. La dirección de los campos prestaba
bastante ayuda a estas manifestaciones artísticas. Gran parte de los
instrumentos eran fabricados por los propios prisioneros, pero también
podía pasar que la dirección les hiciera llegar unos cuantos
instrumentos del botín de guerra. También se dio el caso de que los
prisioneros reunieran dinero para comprar los materiales necesarios para
la función. Frecuentemente, entre los habitantes de los campos había
músicos profesionales, que podían así elevar la vida musical de los
campos a altos niveles. En este aspecto la oferta era muy variada: desde
la música clásica hasta la música ligera, pasando por el jazz, podía
escucharse cualquier cosa. En el campo de Usman encargaron al sacerdote
benedictino Alfonz Nádasi la organización del coro húngaro. El
comandante del campo le impuso una sola condición al "cura músico", como
se hacía llamar él mismo: no podía dirigir "La Internacional" (que
hasta 1943 fue himno nacional de la URSS). Llegaron incluso a multarlo a
un día de encierro, pero acabaron aceptando que los conciertos
comenzaran, sino con la Internacional, al menos con el himno soviético,
con tal de que se organizara cuanto antes el coro húngaro. Los
prisioneros húngaros de este campo comenzaron su "carrera musical" con
obras de Kodály, Bárdos y Halmos. En los campos 467 y 74, de la región
de Liublino, cerca de Moscú, había tanto coro como orquesta húngara.
Junto a su propia música nacional, progresivamente fueron apareciendo en el
programa de las orquestas las obras de autores rusos, como las de
Rimski-Korsakov, Músorgski, Glinka, Borodin, Chaikovski, así como la de
clasícos occidentales: Beethoven, Chopin, Brahms.
Las
obras de teatro supusieron la cumbre de la vida cultural de los campos.
Aunque suene paradógico, en la vida de muchos fue entonces cuando empezó
a quedar claro qué significa la propia iniciativa. Para poner en
marcha una función casi todos tenían que poner algo de su parte en los
preparativos, los representantes de las diferentes especialidades se
dividían las tareas y se preparaban durante semanas llenos de
excitación. "El teatro se convirtió en una cuestión pública, incluso
nacional. Comenzó incluso una competición entre las distintas
nacionalidades para ver quién hacía lo más bonito, lo más original y
llamativo" - escribió Örkény. En estos teatros de los campos, todo era excepcional. Los papeles femeninos eran en su mayoría interpretados por hombres y los propios presos preparaban los adornos y los disfraces. Los pobladores de los campos dieron muestra de gran ingeniosidad, como por ejemplo cuando fabricaron una peluca con alambre que habían "conseguido" de la fábrica donde trabajaban, para el "actor" alemán que representaban a la Julieta de Shakespeare. La "peluca poética" debía pesar unos cinco kilos, así que no es de extrañar que Julieta andara tambaleándose. Naturalmente los consejeros políticos de los campos seguían continuamente el contenido de las obras que se representaban, llegaron incluso a solicitar algunas piezas, pero fundamentalmente eran los propios presos los que determinaban el repertorio de obras, ellos eran los autores y los realizadores de estas actuaciones. Las tradiciones culturales nacionales eran las que formaban principalmente la base de las obras de los presos de guerra. (....)
(fin de la primera parte, que abarca desde la página 309 hasta la 314 del libro)